El transfondo cultural de la polaridad derecha/izquierda ha cambiado completamente en los últimos decenios. En su penúltimo avatar la derecha era todavía represiva en su sentido más amplio –defensa de una etica personal restrictiva y del sacrificio; defensa de las instituciones sociales que encarnaban esta ética, como la iglesia y la familia burguesa; defensa de los poderes del estado como límite supremo – con lo matices que podían introducir las corrientes liberales. La izquierda, en cambio, era emancipadora, en lo personal, lo social y en lo político –a su vez con los matices de la tradición autoritaria de buena parte del comunismo.
El pleno desarrollo de la cultura consumista ha trastocado por completo este panorama y hasta ha invertido los roles. En el corazón del consumismo está el espejismo de un acceso directo al goce individual–de sí, de los demás y de las cosas. En este contexto la derecha se ha vuelto el guardián de ese goce y por lo tanto sustenta ahora un discurso aparentemente liberador: hay que quitar del medio los obstaculos del goce. Este es el sentido del auge de ciertos líderes europeos de la derecha populista actual, el primero de todos Berlusconi: el hombre más rico, el más poderoso, el más activo sexualmente: el emblema mismo del goce. El discurso xenófobo también pertenece a este horizonte: es inadmisible que el otro contradiga mis formas de gozar – de ahí esos líderes de la derecha impensables en la generación anterior, como Haider y Pym, los dos con vidas sexuales emancipadas y conocidas y discursos ferozmente xenófobos.
La izquierda en esta situación se ha vuelto “represiva”: perdido definitivamente el orizonte revolucionario, su discurso se centra en limitar el goce consumista por razones de ética personal –respeto del otro-, de ética social –solidaridad- y de política –respeto del estado y de las leyes. La deriva reguladora de mucho socialismo europeo actual es un claro ejemplo de ello.
Así que nos encontramos con algo parecido a una pesadilla en la que un Berlusconi sonriente nos ordena que gocemos y no pensemos en nada más y un Zapatero también sonriente nos invita a hacerlo sin pasarnos y con sentido de la responsabilidad.
El futuro de una política realmente emancipadora –me gustaría decir “de izquierdas”- es desencallar el goce del consumismo y conseguir darle valores nuevos. Estamos invocando un cambio epocal y por lo tanto de una complejidad y de un alcance que supera con mucho la acción de un grupo y no digamos de una persona. Pero no por ello es impensable o, al menos, experimentable en acciones y contextos limitados.
La izquierda podría incluso revisitar algunas de las tradiciones que la habitaron, como la de Fourier que, con su teoría de las pasiones, intentó imaginar precisamente esto: un mundo donde el goce particular de cada uno (su pasión) pudiera articularse libremente con el goce del prójimo –sin estar sometido a una explotación comercial como en el caso del consumismo pero con capacidad de producción social.
Hay varias consecuencias prácticas y realizables a estos planteamientos. Sólo un ejemplo: valorizar de manera notoria quienes no sitúan su goce de manera preponderante en el consumo, - y son muchos: científicos, investigadores, estudiosos, ingenieros, artistas, enseñantes, artesanos e incluso -y siguiendo a Fourier- empresarios creativos, entre otros. Consecuentemente valorizar en general los comportamientos ligados a estas actividades.
Es muy importante subrayar que valorizar no es regular, sino proporcionar facilidades a un crecimiento de personas y grupos cuyos éxitos ni se controlan ni se limitan –en todo caso se aprovechan.
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1 comentario:
Muy bueno... No se me había ocurrido pensarlo así. Claro... Gracias Claudio.
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