domingo, 10 de julio de 2011

DESEO DE REALIDAD

Nuestra experiencia vital se ha ido alejando de todos los momentos fuertes a los que se tenían que encarar las personas hasta la mistad del siglo XX: no sólo el hambre, sino la enfermedad, la muerte relativamente cercana en muchas ocasiones, la pobreza sobrevenida por fenómenos naturales o guerras. La clase media mundial ha conseguido establecer un patrón de vida con pocos sobresaltos y muchas seguridades. Al alejar la mayor parte de los riesgos del horizonte vital, se han desarrollado, en contrapartida, insistentes deseos de "autenticidad", de "novedad" y de "sensaciones fuertes". Deseos que naturalmente no quieren cumplirse de verdad - no sería difícil conseguirlo, al menos en ciertos aspectos, bastaría con integrarse a los pobres del mundo. Estos deseos encuentran su respuesta natural en la vida simbólica. En el cine, por ejemplo, se multiplica la violencia, las catástrofes, las escenas eróticas. Es muy común que la aparición de una escena particularmente brutal en una película se justifique como una necesidad de acercarse a la realidad, de decir una supuesta "verdad". En efecto se está apuntando a una realidad, pero no a "la" realidad entendida como lo que está allá fuera, separado de nosotros. Lo que las escenas de violencia o de sexo apuntan es a la realidad del fanstasma, a la realidad del deseo de realidad. Las escenas "fuertes" de nuestras películas, de nuestros libros y de nuestras representaciones en general, apoyadas en el discurso que las legitima como "realidades" son finalmente el regulador que permite una vida sin sobresaltos. El deseo de realidad encuentra un atajo y una coartada representándose a sí mismo como "la" realidad en un acto de astuto narcisismo. Queda así satisfecho el deseo de realidad y, a la vez, se desvía la mirada de "la" realidad.