Varias de mis obras de los últimos años tienen como punto de
partida dispositivos diálogicos que implican grupos de ciudadanos. El intento
es que la obra nazca en un contexto ejemplar - político y personal - en el que
los saberes y las expresiones de los deseos de las personas circulen y se
articulen libremente.
La mayor parte de las veces los dispositivos dialógicos toman las
forma de grupos de discusión en los cuales, a partir de la propuesta de un
objetivo común - una descripción del grupo mismo o de su entorno o de su
imaginario - se intenta definir un conjunto de imágenes audiovisuales
significativas.
La importancia de las imágenes así producidas es pragmática: se
mide con su eficacia para interpretar cuestiones clave del grupo o de su
entorno y para comunicarlas.
Pasan, por lo tanto, a un segundo plano las questiones semióticas
o de crítica de lenguaje, en aras de la verificación inmediata de la validez de
la comunicación a través de la dialéctica de la respuesta y de la crítica de
las personas concretas presentes en las discusiones, y de la eficacia simbólica
de la obra.
En consecuencia, cierto grado de convencionalidad y de aceptación
de la tradición simbólica es inherente a tales producciones, al menos como
punto de partida. Sin embargo, nada impide que la crítica y la innovación se
desarrollen en el interior mismo de los grupos de trabajo o durante la
producción de la obra: pero crítica e innovaciones estarán sometidas a la misma
verificación de eficacia pragmática.
Podríamos decir que se trata de substituir un discurso crítico con
una erótica crítica: el cuerpo concreto del otro está presente y las
trasgresiones no son hipóteticas sino prácticas.