martes, 6 de noviembre de 2007

PASOLINI Y EL TURISMO

Aunque el propio Pasolini se encargó, al final de su vida, de “abjurar” de la trilogía de la vida y de admitir que su visión de los cuerpos y de los sexos había sido “instrumentalizada”, aprovechada por la incipiente cultura del consumo, hay algunos elementos en estas películas que invitan a ahondar en la reflexión ex post que el propio Pasolini empezó.

Vaya por delante, mi admiración por la tensión ética y estética de sus trabajos. Una admiración que, sin embargo, no puede evitarnos formular dudas y críticas (¡sería, además, anti-pasoliniano!).

Luca Caminati, en un libro reciente y muy equilibrado en sus juicios (Orientalismo Eretico, Pier Paolo Pasolini e il cinema del terzo mondo), ya pone el acento en lo problemático que resulta ver ahora “Il fiore delle mille e una notte”. En él vemos desfilar lugares de Yemen del Norte, del Sur, Irán, Nepal, Etiopia e India. Sólo haciendo un gran esfuerzo podríamos aceptar que se trata del área geográfica a la que se refieren los cuentos de las Mil y Una Noches. Lo más grave, sin embargo, es que cada lugar tiene un irremediable tufillo pintoresco: los núcleos históricos de Katmandú, de Sanaa, etc. Su yuxtaposición en la película nos recuerda las imágenes de un viaje turístico. Cada lugar pintoresco está fotografiado, recortado y pegado en un álbum –la película- que constituye ese espacio abstracto, aséptico y abigarrado propio del imaginario turístico. Las músicas acaban de subrayar esta operación. Provienen de otras áreas geográficas -de Bali, de Australia- y están usadas sin relación alguna con la imagen –que no sea funcional y pintoresca, claro-.

Se trata de formas cinematográficas que encontramos no sólo en la “Trilogía de la vida”, sino también en otras películas como “Medea”, en la que al final hay un salto entre una fingida “Grecia arcaica” y una real Italia medieval.

No se trata aquí, en absoluto, de instituir un tribunal para juzgar un autor, que por lo demás ya dio una respuesta contundente a estas dudas en su Saló (película que no por casualidad cita al final de su “abjura” de la “Trilogía de la vida”).

Sin embargo, no me parece tampoco que se trate de “errores”. Más bien podríamos decir que en la Trilogía de la vida Pasolini prefigura, malgré lui, la relación con el pasado, su cultura y sus lugares propios de la cultura de masas y del turismo. La continuidad entre la Grecia arcaica, la Italia medieval y la India clásica, es la que establece la experiencia turística y la televisión. Triste ironía, para quién dedicó tantos esfuerzos a combatirlas.

Una ironía de la historia que se extiende a otras obras menos “turísticas”. ¿Cómo no pensar en que la petición a la UNESCO respecto de la conservación de las antiguas murallas de Sanaa, no prefigura el actual interés de cualquier lugar que tenga algún monumento antiguo, en ser declarado patrimonio de la humanidad? Y cómo no pensar en sus consecuencias... El casco histórico de Panamá ha sido declarado patrimonio de la humanidad por su diversidad arquitectónica y humana. En cuanto se aprobó tal declaración empezó una desenfrenada especulación que expulsó del barrio a dos tercios de sus antiguos habitantes. La “fuerza del pasado” de la que habla Pasolini en “Las murallas de Sanaa” es ahora una fuerza del presente y es peligrosa. Y nosotros somos personas sin pasado. ¿De dónde sacaremos fuerzas?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Toda interpretación es en si misma falaz y estrecha, aunque se limite a describir las cosas. De algún modo el lenguaje condiciona y desvía de aquello que cuenta. La imagen fílmica dice lo que dice de un modo exacto incluso en sus torpezas. Pasolini era consciente de esto hasta el punto de entender que, como poeta, debía usar ahora el cine como soporte, como escritura total, como realidad paralela. Pasolini, desde luego no es un autor plano, su rebeldía es calidoscópica y atiende a muy diversas dimensiones.., si juzgamos desde una sola nos estamos perdiendo todo el juego de tensiones y contradicciones a cerca de la existencia, que su obra expone con una lucidez pasmosa. Pasolini es atemporal y en ese sentido conecta con los clásicos, su rigor no es arqueológico sino vital, sus obras se nos presentan como sueños: como mitos. Y un sueño no se enmienda ni entra en los códigos de la crítica de genero, más bien –si lo que deseamos es comprender mas que consumir- se toma como una aspirina y se metabóliza y hace su trabajo por dentro.
Pero además el propio Pasolini tuvo el coraje de hablar sobre sus obras y lo hizo con esa misma contundencia en la que es imposible diferenciar vida y obra. Ha dejado tantas pistas y tantos testimonios que más vale releerle a fondo que dejar de mirar por esa rutina pueril de contestar antes de tiempo.