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        Claudio Zulian
Cineasta
En su magnífico libro “La enfermedad del Islam”, Abdelwahab Meddeb 
sugiere que una parte de las razones del yihadismo hay que buscarlas en 
lo que él llama “la americanización del Islam”. En efecto, Meddeb nos 
dice que la mezcla de sofisticación tecnológica, puritanismo y arcaísmo 
ideológico son rasgos comunes a la cultura de origen estadounidense y al
 radicalismo islámico actual. Es una sugerencia brillante, que nos puede
 permitir una comprensión más profunda de algunos hechos acontecidos 
recientemente, como la destrucción por parte del “Estado Islámico” de 
una parte del patrimonio arqueológico asirio en Mossul y el peligro de 
análogos vandalismos que se cierne sobre Palmira en Siria. Estatuas, 
bajorrelieves y edificios han sido destrozados con martillos, 
excavadoras y explosivos, y los vídeos de estas acciones han sido 
colgados en Internet.
Se trata sin duda de la acción de un ejército ocupante que quiere 
someter culturalmente a una población conquistada. Pero, si seguimos el 
rastro sugerido por Meddeb, quizá empecemos a encontrar también algunas 
analogías con ese intento general de tabula rasa respecto de la cultura 
del pasado que manifiesta una y otra vez la cultura capitalista actual. 
Sólo para poner un ejemplo, ¿cuántos restos arqueológicos o simplemente 
cuantos lugares culturalmente significativos han quedado anegados debajo
 de los pantanos promovidos por nuestras hidroeléctricas? En 
Latinoamérica varias culturas indígenas han tenido y tienen que luchar 
una y otra vez para defender su patrimonio cultural de la codicia de 
Endesa y otras grandes compañías. En muchas ocasiones han perdido la 
batalla y han visto desaparecer irremisiblemente sus construcciones, sus
 lugares sagrados, los rastros de sus historias.
Que no se trate de un “daño colateral” del progreso, nos lo indica la
 orientación que se está imponiendo a la enseñanza pública en Europa. 
Con la excusa de enfocar el currículo de los estudiantes al mercado 
laboral, se están eliminando todas aquellas materias que tienen que ver 
con nuestra historia cultural: historia, historia del arte, filosofía, 
lenguas antiguas. No sirven para nada, se argumenta. Según este enfoque,
 el estudiante ideal es aquel que, al final de su carrera, posee una 
gran competencia en alguna materia tecnológica y es, en cambio, 
completamente ignorante de su propia historia y de la historia de su 
entorno – además de tener muy mermadas sus capacidades para una 
reflexión autónoma.
Los diarios también traían hace poco la noticia de que uno de los 
verdugos que aparecen en los terribles vídeos de las ejecuciones que ha 
difundido el EI, es un joven informático londinense. Ingenieros eran 
también varios de los terroristas que participaron en los atentados de 
las Torres Gemelas. No debería extrañarnos. La figura del ingeniero es 
quizá la encarnación más completa del ideal de cultura en el que se 
conjuga sabiduría técnica sofisticada e ignorancia total de cualquier 
dimensión histórica, cultural y ética que esa sabiduría técnica supone. 
Ortega y Gasset ya lo subrayó en la convulsa Europa de los años treinta.
 Meddeb, desde otro acervo cultural, nos avisa en la actualidad. Con sus
 acciones el Estado Islámico nos devuelve en forma de pesadilla la 
imagen del mundo que los poderes globales están intentando crear en la 
actualidad.