Dar la cámara a alguien y suponer que va a producir algo interesante a partir de una visión particular porque nunca lo ha hecho ( o no se lo han permitido) es olvidar la difusión mundial de la cultura audiovisual actual, su viscosidad y la inercia técnico-estética de la cámara misma - los formatos, los movimientos inducidos por su forma y peso, etc. Además, ingenuamente, se supone un “aquí y ahora” beato del que “el otro” tendría la llave - en suma, tendría la llave de nuestro goce.
Sólo planteando el encuentro con “el otro” - tenga o no tenga la cámara o cualquier medio de producción de sentido a su alcance - cómo un momento de transgresión para todos, es posible pensar que será fértil. Si el encuentro abre la puerta a un inesperado más allá, entonces se vislumbra una trascendencia compartida.
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