Toda obra artística de cualquier especie es una “máquina interactiva”: reune el pasado simbólico, lo abre a la transformación en el presente y lo deja abierto para el futuro, produce sentido para el artista (artifex) y para el espectador (ver las diferentes teorías de la recepción). Podríamos llamar “máquina particularmente interactiva” aquella que, a través de un dispositivo particular, subraya los dos momentos del espectador: aquel en que asume la transformación que le propone la "máquina" y aquel en que él mismo produce sentido dentro de esa transformación.
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